Patrias

09/07/2010

En la vida, por lo general, ganan los mezquinos, los impostores, los envidiosos, los estúpidos, los vanidosos, los malos. Los que no quiero ver ni en pintura. A veces, incluso, los adoramos. Como si copar las alturas del juego, como si haber ganado, les diera más autoridad moral, les otorgara más valores. Siempre he dudado de los que alardean que todo les va bien, que su vida está llena de felicidad. Me identifico más con los sufridores, con los que tienen las cosas complicadas. No puedo evitarlo. Además, siempre me ha repateado poner buena cara a los de arriba. Es probable que, en esencia, siempre haya sido punk, mucho más de los que van por el mundo escupiendo y con una cresta interminable en sus cabezas.

Por otro lado, he ido perdiendo la ilusión por aquello que llamamos patria. Si alguna vez sentí sensaciones orgásmicas ante la presencia de una bandera, ahora ya ni eso. Soy de donde soy y punto. No le atribuyo al azar tanta carga simbólica en mi vida. La pasión por las naciones, pues, se ha ido diluyendo hasta quedarse en nada. Mi patria, aunque suene cursi, es mi gente. Los que no me fallarán. Familia, novio, amigos. Los que quiero. Lo que he ido construyendo de forma paulatina con mis manos. ¿Mi país? No creo que este ente intangible me rescate y se acuerde de mí cuando lo esté pasando jodidamente mal. Claro que quiero lo mejor para la gente que me rodea, quiero que nos respeten más, que no se haga tanto politiqueo barato a costa del sufrimiento (real) de mucha gente. Quiero que nos den más poder para decidir, no porque tenga esperanzas en que las cosas vayan a mejor, sino porque creo que, ahora mismo, es a lo que aspira mucha gente (y también para que quede claro que la solución a los problemas pasa por otros caminos, pero esta es otra canción).

Después está el tema de los imbéciles. Aquellos que opinan (por decir algo) que no se pueden celebrar las victorias de una selección si quieres lo mejor para los tuyos (“per lo nostre”, dicen ellos). Cuando me preguntan porqué celebré el gol de Puyol ante Alemania tiro, pues, de simplicidad (tampoco entenderían algo que se alejara de la uniformidad y la llaneza). Me gusta este equipo. Lo que representa en el fútbol. A lo que juega. Me caen bien.

Así, a pesar que las banderas y los colores, los símbolos y los himnos me dejan fría, y asumiendo, también, que no voy a llorar de alegría (esto lo reservo para el equipo que escogí de pequeña), deseo y me hace ilusión que, por una vez en la vida, ganen los mejores. Los buenos.