En una sociedad catalana poco acostumbrada a los escándalos de corrupción, el caso Pretoria dejó al descubierto los entresijos de una realidad que empezó a asomar la cabeza con la revelación de la trama Millet. La corrupción no es algo ajeno en la modélica casa catalana. Garzón así lo demostró cuando empezó a tirar de la manta un 27 de octubre de 2009.

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Hay tramas y tramas. Si una trama ocupa las portadas de los rotativos durante más de un año ininterrumpidamente, es debido detenerse en ella más de lo habitual. El caso Millet es un ejemplo y, aún hoy, sigue arrojando constantes retazos de actualidad.

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La Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña abrió en 2008 una investigación por una posible adjudicación de 1.583 informes elaborados por la Generalitat a ex altos cargos en 2007. El caso quedó cerrado para la Fiscalía en junio de 2009. Repasemos el proceso.

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Pàmies y Stendhal

24/09/2010

La certidumbre colectiva que la felicidad es el objetivo de nuestras vidas lleva, casi siempre e inevitablemente, al fracaso emocional. Cuando reparas que aquello que llamamos felicidad es la excepción y no la norma, y que tiene más que ver con lo efímero que con la perpetuidad, puedes empezar a entender el porqué de muchas frustraciones y, de paso, a vivir con más tranquilidad y menos exigencias personales.

Las grandes aventuras y las emociones extremas pasan, salvo en contados y afortunados casos, a un segundo (o tercer) lugar en la escala real de la cotidianidad. ¿Un desastre? Pues no. El sentido del humor, la visión sincera y nada presuntuosa de uno mismo y el fair play que exhibas frente la noticia, pueden convertir este estado en una condición llevadera. Incluso llegarás a agradecer que las cosas sean así y no de otra forma.

A estas conclusiones no he llegado sola. A ver. Tengo la intuición que siempre me han seducido más estos pensamientos y no los otros. Es decir, los de la sonrisa permanente, la felicidad a todas horas y la actividad desenfrenada y dedicada exclusivamente a lo que me apetece (o al menos eso dicen), y no a lo que debo hacer, aunque finalmente ves que esto último ocupa muy a menudo tu tiempo. Pero, al margen de estas tendencias de cuna, muchos escritores, cantantes y cineastas me han refrendado en la idea que quizás sí, que la vida es, sobretodo, supervivencia.

“La bicicleta estàtica” es el nuevo libro de Sergi Pàmies (ya me perdonaran si les vuelvo a hablar de él). Pàmies realiza una alabanza, triste, de la intendencia y se rinde a la evidencia que la infelicidad y la injusticia no son tan terribles si las incorporas con naturalidad a tu equipaje diario. Si en “Si menges una llimona sense fer ganyotes”, su anterior libro, Pàmies utilizaba la amargura como tono de los cuentos, en su última obra parte de la tristeza para hablar de sus temas recurrentes: desamor, decepción, soledad, muerte. Y finalmente el escritor sentencia que, en el fondo, ser feliz o infeliz da igual: lo que cuenta es el día a día.

Y es que tengo la sospecha que algo similar debe pasar a lo largo de nuestra existencia. Cuando todavía hay esperanza, somos más amargos que tristes, y cuando la hemos extirpado, la tristeza releva la amargura como nuestro acompañante vital. Y en este proceso, me parece sensato e incluso lógico catalogar la no-felicidad como algo que da sentido a nuestras vidas. Stendhal, aquel escritor genial que lo sabía todo acerca de la vida, lo entendió hace tiempo cuando dijo una de las frases más savias de la historia: “He puesto toda mi felicidad en estar triste”.

(Publicado en Granite and Rainbow, 18 de septiembre de 2010)

Tener un desarrollado y profundo sentido de la amistad es la inversión más segura e infalible que puedes hacer para que la vida transcurra mejor. Hablo de amigos de verdad, de familia escogida, de gente con la te une algo más que un cena mensual. Si lo han experimento, lo de la amistad, digo, ya sabrán de lo que hablo.

Y casi aseveras que, a pesar de carecer de certidumbres en la vida, podrás contar con esas dos o tres personas (no suelen ser más) cuando todo sea triste, solitario y final. A la familia no le queda más remedio que estar allí, por lo que le doy más valor al amigo que te socorre cuando estás hundido.

Así, al leer el profundo y lúcido “Cuatro amigos” del brillante David Trueba me emocioné en más de una ocasión. Entre el disparate y la locura desaforada que alcanza el libro a menudo, puedes advertir que los cuatro protagonistas del libro son amigos por encima de todo. De los que saben hacerte reír para después provocarte el llanto más desolado. De los que te pueden machacar para después reconstruirte pieza por pieza. Trueba construye, a lo largo de un viaje surrealista y gamberro de cuatro amigos, una amistad alejada de convencionalismos, “imperfecta” (en el buen sentido de la palabra), real, exigente, con tendencia a la disfunción.

Pero al final del libro, cuando el protagonista acaba de perder el tren que le podía hacer llegar a la dicha sentimental y a la anhelada estabilidad emocional, mira alrededor y sólo ve a tres amigos regalándole su compañía. Seguramente sin saberlo, ellos son su único mundo.

(Publicado en Granite and Rainbow, 4 de septiembre de 2010)