La crisis del papel

15/10/2010

La crisis económica y el periodismo digital han detonado las bases de la prensa tradicional. Mareados por los cambios que la transformación tecnológica inyecta a la información, a veces da la sensación que los periódicos no saben a lo que juegan. A medio camino entre la inmediatez y la reflexión, no logran ser ni una cosa ni la otra, y los anunciantes se percataron, ya hace días, del poder las redes sociales del mismo modo que los lectores descubrieron las ventajas de la gratuidad que ofrece el ciberespacio.

Así, atenazados por la necesidad de recortar costes y competir, en la medida de lo posible, con la televisión, radio e Internet en impacto y rapidez informativa, la prensa atraviesa momentos complicados. Y en el proceso perdió las esencias. Diseñados para diseccionar algo más que la costra de la sociedad y para ahondar en temáticas incómodas, poco visibles en otros formatos, los periódicos se han extraviado y ejercen, en la actualidad, el papel por el que no fueron escogidos. Mal asunto.

El camino sin salida en el que aparece atrapada la prensa tradicional, les ha llevado a sellar inesperadas amistades. El Gobierno y los grandes editores empezaron a negociar a principios de 2010 el paquete de ayudas al sector. Y en este contexto, sobresale un debate. En un sistema democrático, ¿deben los gobiernos subvencionar los medios de comunicación privados? La crisis ha evidenciado las necesidades económicas del sector de la prensa. Esto es innegable. Pero, ¿y la deontología profesional? Unos medios de comunicación libres e independientes garantizan la existencia de una sociedad bien informada, culta y educada.

¿Son, pues, las subvenciones una herramienta de control? Cierto es que la prensa, se ha ido olvidando, con los años, de ofrecer una información sin filtros. Los intereses comerciales a los que se deben, por un lado, y la ausencia de crítica hacia los gobernantes configuran una red de comunicación cómoda y silenciosa para empresas y partidos políticos. El análisis profundo y la capacidad para cuestionar el estado de las cosas han desaparecido y, en su lugar, se ha impuesto la llaneza informativa y el corporativismo.

En una sociedad saturada de información, dónde la actualidad informativa no cuesta un céntimo, la prensa se ha equivocado de cometido. No puede ni debe competir con los otros medios. Con un planteamiento erróneo en la base, pues, los consumidores han dejado de confiar en la fiabilidad y capacidad de análisis y reflexión que defendían ancestralmente los periódicos. Los lectores ya no pueden leer diarios. Sólo pueden aspirar a consumir un híbrido de imágenes, titulares impactantes y textos reducidos. La prensa ha fracasado en el objetivo que prometía.

Quizás la solución a los graves problemas no pasa por pedir ayuda a la administración cuando se entra en tiempo de descuento. Quizás la prensa todavía puede deshacer el camino hecho y volver a las raíces. Quizás, entonces, su reputación vuelve a subir, las ventas incrementan y no haya necesidad de llamar a la puerta del gobierno de turno. Ese día volverán a ser un poco más libres.

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