Hitchcock, Vargas Llosa y los premios

20/10/2010

Medir el arte casi siempre resulta un absurdo. Me explico. Si me obligan a escoger la obra de un director de cine que me llevaría al fin del mundo, y aislando al maestro de todos los maestros, Billy Wilder (sería un insulto incluirlo en el juego), pronunciaría sin pestañear el nombre de ese hombre gordo y feo tan genial llamado Alfred Hitchcock. Sólo viendo “Vértigo” ya sabes porqué se trata del creador de formas visuales más potente que ha dado jamás el séptimo arte. Sabes que sus secuencias se van a quedar gravadas para siempre en tu vida. Desde que admiraste su cine, miras a los pájaros con recelo y pavor, y adviertes que las duchas pueden ser terroríficas y nada amistosas. Y todo por el genio y talento de ese inimitable contador de historias y sensaciones en imágenes.

Ese señor no recibió jamás el Oscar, el premio que teóricamente debe certificar tu importancia en el cine, en vida. Entenderán, pues, el respeto y la consideración que me despiertan los premios y galardones de este tipo. Además, sé que en los prestigiosos festivales de cine se reconocen algunas piezas artísticas infumables (siempre según mi visión de lo que busco en el arte, es decir, entretenimiento).

¿Y porqué escribo mi opinión en relación a los premios basándome en el caso de Hitchcock? Esta semana leo que han otorgado el premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, considerado uno de los novelistas y ensayistas contemporáneos en lengua española más importantes. Para muchos debería haberlo recibido antes. En esto de los premios, siempre hay los que se suman al carro y ensalzan el arte del galardonado a partir de ese hito. Vargas Llosa, mucho antes del Nobel, ya era el autor de las maravillosas “La ciudad y los perros”, “La tía Julia y el escribidor” y “Pantaleón y las visitadoras”.

Si quiero leer a un autor, lo haré porqué tendré ganas, porqué alguien en quien confío me lo habrá recomendado, porqué las primeras páginas de una de sus obras me habrán atrapado sin remedio. Pero no lo haré nunca por el reconocimiento en forma de galardones que haya cosechado. Sería injusto. El arte no debe (ni puede) medirse con premios.

(Publicado en Granite and Rainbow, 16 de octubre de 2010)

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