Bluegrass, hip-hop y Bowie. Esta fue la receta del In-Edit para combatir crisis, del ámbito que sean, y el frío incipiente. Seguramente es uno de los mejores planes que nos quedan, desengañémonos.

El Festival In-Edit se ha afianzado en su octava edición como un referente en la agenda cultural de Barcelona. Con el cartel de “sold out” en muchas de las proyecciones de las películas, su reputación de calidad y variedad ha calado en un público fiel que casi nunca falla. Este año, además, ha homenajeado a uno de los grandes gurús del documental rock, D.A. Pennebaker, cuya cámara siempre estuvo en el momento preciso para documentar momentos de cambio y convulsión y para captar etapas esplendorosas de genios como Bob Dylan, David Bowie o Jimi Hendrix.

Así, pues, los organizadores del festival se han servido de los documentales que él y su esposa, Chris Hegedus, han ido realizando a lo largo de décadas para construir la base de una edición con mucho rock. Entre ellos, destaca “Ziggy Stardust and The Spiders From Mars”, un acercamiento a la velada final de la gira de “Aladdin Sane” de David Bowie. Era el 3 Julio de 1973.

Bowie cierra etapa y da puerta a un personaje emblemático (el extraterrestre Ziggy Stardust) para adentrarse en las arenas movedizas del cambio. Sin mirar atrás y sin aparentes miedos en el escenario, el Escuálido Duque Blanco, en su momento más brillante, misterioso y andrógino, ya da muestras de una incesante evolución y de su visión de la música como tren en movimiento, que no se detiene, del que no te puedes bajar.

Los clásicos del cantante (“Changes”, “Space oddity”, “Sufragette city”, “Rock’n’roll suicide”) se mezclan sin fisuras con curiosidades y versiones, entre otros, de Velvet Underground y The Rolling Stones. Pennebaker, además, se detiene y analiza, casi sin quererlo (una de las señas de identidad de sus inicios es una dirección improvisada y un tanto caótica), los extremos a los que el rock podía llegar en un concierto de excesos, maquillaje y arte escénico.

Vivir por y para el bluegrass

Varias décadas después, y con un registro más estilizado, Pennebaker y Hegedus se plantan en Nashville para absorber la fuerza y tradición del bluegrass (subgénero de la música country) en el filme “Down from the mountain”. El filme relata el concierto benéfico para el Country Music Hall of Fame and Museum en el Ryman Auditorium que en el año 2000 juntó a los artistas que habían participado en la banda sonora de la película homérica de los hermanos Coen “O brother, Where art thou?”.

Las canciones, parte esencial del filme de los Coen, cobran aquí una nueva vida. Son algunas de las composiciones más emblemáticas del bluegrass y la canción tradicional. En el escenario, las interpretan leyendas como Ralph Stanley o los Fairfield Tour y talentos actuales como Emmylou Harris, T-Bone Burnett, Gillian Welch y Alison Krauss. El personaje que más conmueve, no obstante, es John Hartford, el maestro de ceremonias y virtuoso del banjo y el violín. Este mítico compositor y músico dedicó toda su vida al bluegrass y en los últimos compases de su vida (Hartford murió en 2001 víctima de un cáncer) no perdió la ilusión por formar parte de proyectos que sirvieran para esparcir la semilla de la música tradicional. El punzante sentido del humor que exhibe y su pasión en el escenario emocionan y son la viva muestra que este género musical es algo más. Hartford, la retahíla de canciones afectuosas y hermosísimas que suenan a lo largo del concierto y el infinito talento de los músicos y cantantes protagonizan una velada preciosa. También mágica.

Los padres del hip hop

De otros directores también ha bebido la programación del Festival In-Edit. Esta vez dirige Claude Santiago y los protagonistas son The Last poets, un grupo  de poetas y músicos panafricanos que nació en la década de los 60 y luchó, con la música como único instrumento, en contra de los principios establecidos y de la moral inamovible estadounidense. Ésta es la historia de su reunión en el 2008 para el Banlieues Blues Festival, pero también de los 40 años que la preceden.

La película es un retrato de una mezcla de estilos pero sobretodo es un documento audiovisual del nacimiento del hip hop y de la rabia con el que se concibió en un contexto que pedía a gritos la rebeldía de la comunidad negra contra el inalterable estado de las cosas. No obstante, su lucha no era contra los blancos: era contra los negros sin dignidad.

Aparecen todos los miembros de la banda (de Last Poets y de su escisión, Original Last Poets): Abiddun Oyewole, Babatunde, Dahveed Nelson, Felipe Luciano, Jalal Mansua Nuaiddin y Umar Bin Hassan. Y en el concierto les acompañan Ronald Shannon Jackson, Jamaladeen Tacuma, Robert Irving III y Kenyatte Abdur-Rhaman. Elogío de la revolución, el compromiso y la lucha (incluso armada). Abstenerse conformistas, nihilistas y/o apolíticos.

Y la descripción de este conmovedor gran cuento de lucha sirve para decir adiós a una prolífica e intensa programación. Y recuerdas la estremecedora expresión de Jim Morrison cantando “The end”, y te viene a la cabeza Bowie y su maquillado rostro, y te remueves con los ecos de la voz de Emmylou Harris, y rememoras a Chuck Berry y Little Richard danzando por el escenario en nombre del rock.

Rock, siempre rock

10/11/2010

Los pioneros del rock, Berry, Richard y Lee Lewis, el ángel ingobernable de Jim Morrison y el venerado y mítico tren del soul son algunas de las paradas que ha recorrido esta octava edición del Festival In-Edit de Barcelona. Echemos la vista atrás y evoquemos otros tiempos.

Ver texto completo

El cine y la música, elementos imprescindibles para oxigenar el alma y el espíritu, se dan de la mano en el Festival Internacional de Cine Documental Musical de Barcelona, que alcanza este año su octava edición. Del 28 de octubre al 7 de noviembre varios cines de la capital catalana proyectarán películas dedicadas a bandas y solistas musicales de todos los orígenes y géneros. Conciertos en directo, piezas documentales experimentales con la música de telón de fondo, entrevistas y testimonios de los moradores del olimpo musical. Bienvenidos al Festival In-Edit.

Ver texto completo

Medir el arte casi siempre resulta un absurdo. Me explico. Si me obligan a escoger la obra de un director de cine que me llevaría al fin del mundo, y aislando al maestro de todos los maestros, Billy Wilder (sería un insulto incluirlo en el juego), pronunciaría sin pestañear el nombre de ese hombre gordo y feo tan genial llamado Alfred Hitchcock. Sólo viendo “Vértigo” ya sabes porqué se trata del creador de formas visuales más potente que ha dado jamás el séptimo arte. Sabes que sus secuencias se van a quedar gravadas para siempre en tu vida. Desde que admiraste su cine, miras a los pájaros con recelo y pavor, y adviertes que las duchas pueden ser terroríficas y nada amistosas. Y todo por el genio y talento de ese inimitable contador de historias y sensaciones en imágenes.

Ese señor no recibió jamás el Oscar, el premio que teóricamente debe certificar tu importancia en el cine, en vida. Entenderán, pues, el respeto y la consideración que me despiertan los premios y galardones de este tipo. Además, sé que en los prestigiosos festivales de cine se reconocen algunas piezas artísticas infumables (siempre según mi visión de lo que busco en el arte, es decir, entretenimiento).

¿Y porqué escribo mi opinión en relación a los premios basándome en el caso de Hitchcock? Esta semana leo que han otorgado el premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, considerado uno de los novelistas y ensayistas contemporáneos en lengua española más importantes. Para muchos debería haberlo recibido antes. En esto de los premios, siempre hay los que se suman al carro y ensalzan el arte del galardonado a partir de ese hito. Vargas Llosa, mucho antes del Nobel, ya era el autor de las maravillosas “La ciudad y los perros”, “La tía Julia y el escribidor” y “Pantaleón y las visitadoras”.

Si quiero leer a un autor, lo haré porqué tendré ganas, porqué alguien en quien confío me lo habrá recomendado, porqué las primeras páginas de una de sus obras me habrán atrapado sin remedio. Pero no lo haré nunca por el reconocimiento en forma de galardones que haya cosechado. Sería injusto. El arte no debe (ni puede) medirse con premios.

(Publicado en Granite and Rainbow, 16 de octubre de 2010)

La crisis económica y el periodismo digital han detonado las bases de la prensa tradicional. Mareados por los cambios que la transformación tecnológica inyecta a la información, a veces da la sensación que los periódicos no saben a lo que juegan. A medio camino entre la inmediatez y la reflexión, no logran ser ni una cosa ni la otra, y los anunciantes se percataron, ya hace días, del poder las redes sociales del mismo modo que los lectores descubrieron las ventajas de la gratuidad que ofrece el ciberespacio.

Así, atenazados por la necesidad de recortar costes y competir, en la medida de lo posible, con la televisión, radio e Internet en impacto y rapidez informativa, la prensa atraviesa momentos complicados. Y en el proceso perdió las esencias. Diseñados para diseccionar algo más que la costra de la sociedad y para ahondar en temáticas incómodas, poco visibles en otros formatos, los periódicos se han extraviado y ejercen, en la actualidad, el papel por el que no fueron escogidos. Mal asunto.

El camino sin salida en el que aparece atrapada la prensa tradicional, les ha llevado a sellar inesperadas amistades. El Gobierno y los grandes editores empezaron a negociar a principios de 2010 el paquete de ayudas al sector. Y en este contexto, sobresale un debate. En un sistema democrático, ¿deben los gobiernos subvencionar los medios de comunicación privados? La crisis ha evidenciado las necesidades económicas del sector de la prensa. Esto es innegable. Pero, ¿y la deontología profesional? Unos medios de comunicación libres e independientes garantizan la existencia de una sociedad bien informada, culta y educada.

¿Son, pues, las subvenciones una herramienta de control? Cierto es que la prensa, se ha ido olvidando, con los años, de ofrecer una información sin filtros. Los intereses comerciales a los que se deben, por un lado, y la ausencia de crítica hacia los gobernantes configuran una red de comunicación cómoda y silenciosa para empresas y partidos políticos. El análisis profundo y la capacidad para cuestionar el estado de las cosas han desaparecido y, en su lugar, se ha impuesto la llaneza informativa y el corporativismo.

En una sociedad saturada de información, dónde la actualidad informativa no cuesta un céntimo, la prensa se ha equivocado de cometido. No puede ni debe competir con los otros medios. Con un planteamiento erróneo en la base, pues, los consumidores han dejado de confiar en la fiabilidad y capacidad de análisis y reflexión que defendían ancestralmente los periódicos. Los lectores ya no pueden leer diarios. Sólo pueden aspirar a consumir un híbrido de imágenes, titulares impactantes y textos reducidos. La prensa ha fracasado en el objetivo que prometía.

Quizás la solución a los graves problemas no pasa por pedir ayuda a la administración cuando se entra en tiempo de descuento. Quizás la prensa todavía puede deshacer el camino hecho y volver a las raíces. Quizás, entonces, su reputación vuelve a subir, las ventas incrementan y no haya necesidad de llamar a la puerta del gobierno de turno. Ese día volverán a ser un poco más libres.